La revolución rusa de 1905 y la teoría de la revolución permanente

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Constanza Bosch Alessio

Universidad Nacional de Córdoba – CONICET cobosch@gmail.com

Daniel Gaido

Universidad Nacional de Córdoba – CONICET danielgaid@gmail.com

Resumen

El presente artículo presenta un resumen del debate abierto a partir de la publicación del libro Witnesses to Permanent Revolution: The Documentary Record, editado por Richard Day y Daniel Gaido en 2009. En primer término se presentan los principales ejes del planteo de los autores, que rastrean el desarrollo y la evolución histórica del concepto de “revolución permanente” desde los escritos de Marx de mediados del siglo XIX hasta su sistematización por Trotsky a comienzos del siglo XX. A continuación, se presentan y discuten los argumentos de diversos críticos del libro, que vieron la luz en un simposio especialmente convocado por la revista norteamericana Science & Society.

La revista norteamericana Science & Society ha publicado, en su número de julio de 2013 (Vol. 77, Nro. 3), un simposio sobre el libro Witnesses to Permanent Revolution: The Documentary Record, (Brill, 2009), editado por Richard B. Day y Daniel Gaido. En dicho simposio participaronn el historiador Lars Lih (autor de Lenin Rediscovered: What Is to Be Done? in Context, Brill, 2006), John Marot (The October Revolution in Prospect and Retrospect, Brill, 2012) y Alan Shandro (Laurentian University in Canada). La crítica de Lars Lih a Witnesses to Permanent Revolution se titula “Democratic Revolution in Permanenz” y sostiene que la tesis del libro, según la cual las ideas básicas de la teoría de Trotsky sobre la “revolución permanente” fueron compartidas por otros socialdemó‐ cratas alemanes y rusos, es errónea. Según Lih, en realidad, los documentos incluidos en Witnesses muestran que estos escritores no utilizaron la expresión “revolución perma‐ nente” en el mismo sentido que Trotsky, es decir, para conectar las tareas democráticas y socialistas, sino para enlazar episodios dentro del proceso de la revolución democráti‐ ca. Lih sostiene que, a excepción de Trotsky, los otros autores incluidos en el libro (Karl Kautsky, Franz Mehring, Parvus, Rosa Luxemburgo y David Riazanov) eran partidarios de una revolución democrático‐burguesa en permanencia, y que la razón fundamental de su falta de interés en la perspectiva de Trotsky era su análisis del papel del campesina‐ do no socialista. La réplica de los editores se titula “Permanent Revolution – But Without Socialism?” y afirma que esta interpretación es errónea, ya que hace que se pierda el sentido de la discusión, que fue precisamente en qué medida los elementos burgueses (campesinos) y socialistas (proletarios) se combinarían en la revolución que se avecinaba. Filosóficamente, la posición de Lih revela una falta de dialéctica por su intento de forzar la ley de identidad (escoger entre una revolución democrática burgue‐ sa y una socialista) sobre un evento que fue básicamente una combinación de dos fenó‐ menos históricamente diferentes: una jacquerie y una revolución obrera urbana – a lo que habría que agregar la revuelta de las naciones oprimidas por el yugo zarista. El artículo concluye analizando los aportes de los otros participantes en el debate y las líneas de investigación aun no exploradas.

El impacto de la revolución rusa de 1905 en el movimiento socialista internacional

La repercusión de la revolución rusa de 1905 ha sido opacada por la de su “hermana mayor”, la revolución rusa de 1917, que llevó al poder a los bolcheviques y condujo a la fundación de la Internacional Comunista en 1919. Pero en su momento tuvo un impac‐ to notable, no solo dentro de las fronteras del imperio zarista sino también en la izquier‐ da internacional. Así vemos, por ejemplo, al congreso fundacional de los Industrial Workers of the World norteamericanos adoptar una resolución expresando su solidaridad con la “gran lucha de la clase trabajadora de la lejana Rusia”, cuyo resultado “es de fun‐ damental importancia para los miembros de la clase obrera de todos los países en su lucha por su emancipación”.1 En el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), que con su millón de miembros era la columna vertebral de la Segunda Internacional, la revolu‐ ción rusa de 1905 fortaleció al ala izquierda liderada, en aquel entonces, por Rosa Luxemburg y Karl Kautsky, y condujo a una disputa furiosa en torno a la huelga de masas con el liderazgo sindical, oficialmente subordinado a las decisiones de los congre‐ sos partidarios pero ya en proceso de burocratización, agrupado en torno a la Generalkommission der Gewerkschaften Deutschlands, liderada por Karl Legien (Day y Gaido, 2009: 44‐47).2

Pero no menos importante que los aspectos institucionales del impacto de la revolu‐ ción rusa de 1905 fue su influencia sobre el desarrollo de la teoría marxista, tanto dentro como fuera del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. En lo referente a la famo‐ sa escisión entre bolcheviques y mencheviques, que había tenido lugar dos años antes por motivos organizacionales, la revolución de 1905 ayudó a solidificar estas divergen‐ cias al otorgarles una base estratégica. Nos referimos, por supuesto, a la famosa consig‐ na de Lenin acerca de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, que rompe con la estrategia menchevique de concertar una alianza entre la clase obrera y la burguesía en el marco de la revolución democrática, pero al mismo tiempo limita la alianza obrero‐campesina a la nacionalización de la tierra, la proclamación de la repú‐ blica democrática y la jornada de ocho horas – es decir, excluye el programa máximo socialista (la expropiación de la burguesía y la socialización de los medios de produc‐ ción) de las metas alcanzables en el marco de la revolución rusa. Esta aparentemente extraña posición, que Lenin abandonaría en la famosas Tesis de abril de 1917, se explica por su convencimiento de que el campesinado ejercería la hegemonía en el futuro gobierno obrero‐campesino, lo que limitaría los objetivos a alcanzar por los revolucio‐ narios a la consecución de una “vía (norte)americana de desarrollo capitalista”, por opo‐ sición a la “vía prusiana” a la que apuntaban las reformas de Stolypin.3 Si bien esta teo‐ ría sería resucitada por Stalin y Bujarin para justificar la desastrosa subordinación del Partido Comunista Chino al Kuomintang luego de la muerte de Lenin, no jugó un rol destacado en la segunda revolución rusa de 1917 ya que, como hemos dicho, Lenin mismo la abandonaría de facto al momento de su llegada a Petrogrado. Mucho más significativo a largo plazo fue, por ende, otro efecto de la revolución rusa de 1905 sobre el desarrollo de la teoría marxista: nos referimos al redescubrimiento de la teoría de la revolución permanente, proclamada por primera vez en el famoso Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, escrito por Marx y Engels a fines de marzo de 1850, y que, según la mayoría de las descripciones posteriores, habría resurgido com‐ pletamente formulada, como Minerva de la cabeza de Zeus, en el libro de León Trotsky Resultados y Perspectivas, escrito en la cárcel zarista en los primeros meses de 1906.4 Fue con el fin de colmar esta laguna historiográfica que produjimos, junto con el profesor Richard B. Day de la Universidad de Toronto, una edición crítica de fuentes primarias que describen el redescubrimiento gradual de dicha teoría a la luz de la experiencia revolucionaria de 1905. El libro fue publicado en 2009 por la editorial holandesa Brill con el título Witnesses to Permanent Revolution: The Documentary Record y fue reeditado en el año 2011 por la editorial norteamericana Haymarket.

La recepción de Witnesses to Permanent Revolution: The Documentary Record

Witnesses to Permanent Revolution incluye 23 documentos traducidos del ruso y del ale‐ mán, ocho de ellos escritos por Karl Kautsky, cinco por Leon Trotsky, cuatro por Rosa Luxemburg, dos por Parvus, dos por N. Ryazanov, uno por Franz Mehring y uno por

G.V. Plekhanov. El libro tuvo cierto eco en la izquierda anglosajona: siete reseñas en revistas y websites, las cuales fueron todas positivas, con la excepción de la pergeñada por los Spartacists con el título bastante elocuente de “Recycling the Second International: The Neo‐Kautskyites”. De este conjunto de lecturas destaca la reseña hecha por David North en el World Socialist Web Site, titulada “A significant contribution to an understanding of Permanent Revolution”, que con más de 10.000 palabras es no solo la más extensa sino también la más erudita.

Mucha más circunspecta fue la recepción de nuestro libro en el ámbito académico, si bien fue favorablemente reseñado por William Pelz en Critique y por Reiner Tosstorff en Archiv für die Geschichte des Widerstandes und der Arbeit. Cabe mencionar, por su extrañe‐ za, la crítica que hizo Erik van Ree en la revista History of European Ideas, según la cual la socialdemocracia alemana, y particularmente Kautsky, no se habrían percatado de que, en un capitalismo desarrollado, no queda ninguna clase revolucionaria.5 Dado el escaso debate académico serio sobre nuestro libro, fue con grandes expecta‐ tivas que acogimos la celebración de un simposio sobre Witnesses to Permanent Revolution en las páginas de Science & Society, una revista publicada trimestralmente desde 1936 en New York, de amplia difusión en los ámbitos académicos marxistas anglosajones. Para mejor comprensión del debate, reseñaremos brevemente los contenidos del libro.

Los orígenes de la teoría de la revolución permanente en marzo de 1850

En el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas de marzo de 1850 (Ansprache der Zentralbehörde an den Bund vom März 1850), Marx y Engels hacen un balance de la experiencia revolucionaria en Alemania desde marzo de 1848, y llegan a la conclusión de que es necesario delimitar políticamente a la clase obrera de la pequeña burguesía democrática. La burguesía liberal alemana había traicionado a las clases populares en 1848, aliándose con los monarcas y la burocracia por temor a una insurrección obrera

–un temor inspirado ante todo por el ejemplo del proletariado parisino desde febrero de 1848, que culminó con la masacre de 3.000 obreros en junio. Marx y Engels prevén que durante la próxima ola revolucionaria los pequeños burgueses democráticos jugarán un rol igualmente pérfido. Fijan, por lo tanto, la siguiente tarea para la Liga de los Comunistas:

La actitud del partido obrero revolucionario ante la democracia pequeñoburguesa es la siguiente: marcha con ella en la lucha por el derrocamiento de aquella fracción a cuya derrota aspira el parti‐ do obrero; marcha contra ella en todos los casos en que la democracia pequeñoburguesa quiere con‐ solidar su posición en provecho propio (Marx y Engels, 1850: 182).

Y continúan:

Mientras que los pequeños burgueses democráticos quieren poner fin a la revolución lo más rápida‐ mente que puedan… nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanen‐ te hasta poner fin a la dominación de las clases más o menos poderosas, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle, no sólo en un país, sino en todos los países dominantes del mundo… Para nosotros no se trata de reformar la pro‐ piedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva (Marx y Engels, 1850: 183).

Exhortan a sus seguidores a establecer “una organización propia del partido obrero, a la vez legal y secreta” para asegurar la independencia política del proletariado y a crear una situación de doble poder.6 A tal fin, llaman al armamento del proletariado y a su organización independiente como milicias obreras, a la presentación de candidatos obreros junto con los candidatos burgueses democráticos, a la confiscación sin indemni‐ zación de las fábricas y de los medios de transporte por el Estado, a la adopción de impuestos confiscatorios sobre el capital y al no pago de la deuda pública. Y concluyen diciendo que los obreros alemanes harán su máxima aportación a la victoria final

… cobrando conciencia de sus intereses de clase, ocupando cuanto antes una posición independien‐ te de partido e impidiendo que las frases hipócritas de los demócratas pequeñoburgueses les apar‐ ten un solo momento de la tarea de organizar con toda independencia el partido del proletariado. Su grito de guerra ha de ser: la revolución permanente” (Marx y Engels, 1850: 189).

En una carta enviada un año más tarde a Engels, Marx resume de la siguiente mane‐ ra el contenido del documento: “El Mensaje a la Liga que escribimos conjuntamente [no es] en el fondo sino un plan de campaña contra la democracia”.7 El Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas fue reproducido por Engels en 1885 como apéndice a la reedición de las Revelaciones sobre el proceso de los comunistas de Colonia.

Atacada por Eduard Bernstein como un vestigio de putschismo blanquista durante la controversia revisionista que estalló en 1898 8 —y defendida por Franz Mehring, futuro biógrafo de Marx y miembro de la Liga Espartaco—, la teoría de la revolución perma‐ nente continuó sin concitar demasiada atención en los círculos marxistas internaciona‐ les hasta los primeros años del siglo XX.

La introducción de la teoría de la revolución permanente en la socialdemocracia rusa

Una de nuestras sorpresas en el transcurso de la investigación que condujo a la publica‐ ción de Witnesses to Permanent Revolution fue descubrir que la teoría de la revolución per‐ manente fue introducida en el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) por David Riazanov (David Borisovich Goldendach, el futuro biógrafo de Marx y Engels), en un largo comentario de 302 páginas al bosquejo de programa escrito por el grupo que editaba Iskra, el cual incluía tanto a Lenin como a Plejánov (Riazanov, 1903). Del análisis de este documento se desprende que, si en Alemania la teoría de la revo‐ lución permanente estuvo íntimamente ligada a la crítica de la democracia burguesa, en Rusia el énfasis fue puesto en la transición directa de una revolución democrático‐bur‐ guesa a una revolución socialista en un país de desarrollo capitalista incipiente. Este énfasis en la dinámica revolucionaria peculiar de los países atrasados surge incorporan‐ do al discurso marxista ruso ciertas ideas de los Narodniks o “populistas”, desarrolladas en particular por Nikolai Chernyshevsky, el líder del movimiento revolucionario de la década de 1860, y por los “populistas legales” Nikolai Danielson (bajo el

seudónimo Nikolai‐on) y V.P. Vorontsov. Todos estos autores resaltaron los así llamados “privilegios del atraso”, es decir, la posibilidad de que los países históricamente rezagados no copien mecánicamente todos los estadios de desarrollo de los países avanzados sino que, aprendiendo de su experiencia y asimilando sus avances tecnológicos e intelectuales, salten etapas históricas y experimenten un desarrollo económico y social acelerado.9

En su crítica al programa de Iskra Riazanov retoma estos argumentos e intenta apli‐ carlos al análisis de lo que él denomina “las características especiales de Rusia y las tare‐ as de los socialdemócratas rusos”, formulando una teoría preliminar de la revolución permanente (Day y Gaido, 2009: 84). Si la Rusia “atrasada” podía iniciar el despertar revolucionario de Europa, era imprescindible entender cómo un país “campesino”, que de todas las potencias capitalistas era la menos desarrollada, podía saltar de la asfixia de las instituciones semifeudales a una revolución que despejaría el camino hacia un futu‐ ro socialista. Riazanov respondió con el argumento audaz de que Rusia era una excep‐ ción al “patrón normal” de evolución del feudalismo al capitalismo y de allí al socialis‐ mo.

En “El proyecto de programa de Iskra y las tareas de los socialdemócratas rusos”, Riazanov exploró sistemáticamente las “peculiaridades” de la historia de Rusia, al igual que Trotsky lo haría casi tres décadas más tarde en el primer capítulo de su Historia de la Revolución Rusa. Riazanov observó que, a diferencia de Europa occidental, en Rusia

había surgido un movimiento social‐revolucionario autóctono que coincidió con el sur‐ gimiento del capitalismo. Dado que el capitalismo ruso había sido en gran parte finan‐ ciado por importaciones de capital, y en ese sentido había sido trasplantado de Europa occidental, la burguesía rusa era demasiado débil para ofrecer una oposición liberal efectiva a la autocracia. Y la combinación de un desarrollo capitalista acelerado con el liberalismo impotente, necesariamente transformaba a los trabajadores organizados en responsables del futuro revolucionario de Rusia. La esterilidad política de la burguesía rusa hacía que la principal tarea de los socialdemócratas fuera, según Riazanov, “impul‐ sar la revolución hacia adelante, y llevarla hasta sus últimas consecuencias. El lema de la actividad socialdemócrata es la revolución en permanencia –no el ‘orden’ en lugar de revolución, sino la revolución en lugar del ‘orden’” (Riazanov, 1903: 131).

Vemos que Riazanov efectivamente anticipó los argumentos principales que León Trotsky posteriormente incorporó a su famoso libro Resultados y perspectivas. Esta con‐ vicción es reforzada por la evidencia proporcionada por un segundo documento, escri‐ to tres años más tarde y también incluido en Witnesses to Permanent Revolution, en el cual Riazanov afirma:

Concentrando todos sus esfuerzos en completar sus propias tareas, el proletariado al mismo tiempo se acerca al momento en que el problema no será la participación en un gobierno provisional, sino la toma del poder por la clase obrera y la conversión de la ‘revolución burguesa’ en un prólogo direc‐ to a la revolución social (Riazanov, 1905: 473).

Parvus y la teoría de la revolución permanente

Mucho mejor conocido que el papel de Riazanov en la reelaboración de la teoría de la revolución permanente durante la revolución rusa de 1905 es el de Parvus (Alexander Israel Helphand), cuyo rol es resaltado, por ejemplo, en la trilogía biográfica sobre Trotsky escrita por Isaac Deutscher. Pero curiosamente, el principal documento al cual se hace generalmente referencia en este contexto, su introducción al folleto de Trotsky Antes del 9 de enero, titulado “¿Qué se logró el 9 de enero?”, nunca había

sido traducido al inglés ni al castellano. En Witnesses to Permanent Revolution tradujimos tanto el folleto de Trotsky como la introducción de Parvus (Day y Gaido, 2009: 251‐332), así como un artículo de Parvus titulado “Nuestras tareas”, fechado el 13 de noviembre de 1905.

En “¿Qué se logró el 9 de enero?” Parvus sostiene que el liberalismo en Europa occi‐ dental había florecido en el contexto de la vida urbana y del comercio, pero que el libe‐ ralismo ruso había sido una idea importada, con raíces poco profundas. Históricamente, la vida urbana de Rusia se parecía muy poco a la de Europa occidental: las “ciudades” eran sobre todo puestos administrativos de la autocracia o, a lo sumo, “bazares comer‐ ciales para la aristocracia de los alrededores y el campesinado”. Cuando las presiones extranjeras finalmente obligaron a Rusia a importar elementos de la modernidad capi‐ talista, el proletariado industrial emergente se concentró en grandes fábricas, saltando el estadio de la organización en guildas y de la manufactura.

Parvus creía que en la primera etapa de la revolución rusa las fuerzas opuestas del libera‐ lismo y el socialismo podrían encontrar un terreno común, pero que el derrocamiento de la autocracia iniciaría una prolongada lucha política en la que se habrían de definir sus relacio‐ nes en términos de objetivos mutuamente contradictorios. Mientras que los liberales tratarí‐ an de conseguir el apoyo de la clase trabajadora para el constitucionalismo burgués, la obli‐ gación más importante de los socialdemócratas sería mantener la independencia política del

proletariado y su compromiso con un programa socialista. Los socialdemócratas debían hacer uso del apoyo de los liberales siempre que fuera posible, pero debían también prepa‐ rarse para una prolongada lucha de clases e incluso para una guerra civil, en la cual la expe‐ riencia histórica de Europa occidental podía ser drásticamente abreviada y el proletariado ruso podía surgir como la vanguardia de la revolución socialista internacional. La conclu‐ sión ineludible era que sólo los trabajadores podrían completar el derrocamiento revolucio‐ nario del absolutismo (Parvus, 1905).

La visión Parvus era impresionante por su audacia, pero también dejó profundas cuestiones sin respuesta: ¿hasta qué punto un gobierno obrero en Rusia se vería obliga‐ do por su propia misión a avanzar en la dirección del socialismo, y hasta qué punto podía avanzar antes de ser finalmente derrocado por la reacción?

Karl Kautsky y la revolución en permanencia

Quizás la mayor sorpresa que tuvimos fue descubrir el rol central que jugó Karl Kautsky

–generalmente considerado un apóstol del quietismo y del reformismo socialdemócra‐ ta– en el renacimiento de la teoría de la revolución permanente durante la revolución rusa de 1905. Lamentamos sinceramente que los Spartacists norteamericanos nos consi‐ deren “neo‐kautskistas” interesados en “reciclar la Segunda Internacional”, pero como historiadores nuestro deber es ante todo reflejar lo que dicen las fuentes.10

De hecho ya Trotsky había mencionado a Kautsky como partidario de la teoría de la revolución permanente en 1905, en su introducción del año 1922 a su libro sobre la pri‐ mera revolución rusa.

En ella afirma:

El debate sobre el carácter de la revolución rusa rebasó desde un comienzo los límites de la social‐ democracia rusa e involucró a los elementos avanzados del socialismo mundial. La manera en que los mencheviques concebían la revolución fue expuesta en su forma más concienzuda, es decir, vul‐ gar, en el libro de Cherevanin (Tscherewanin, 1908). Los oportunistas alemanes inmediatamente abrazaron con entusiasmo dicha perspectiva. A propuesta de Kautsky, hice la crítica de ese libro en Die Neue Zeit (Trotsky, 1908). Entonces Kautsky se mostró totalmente de acuerdo con mi apre‐ ciación. También él, como el fallecido Mehring, adhería al punto de vista de la “revolución perma‐ nente” (Mehring, 1905). Ahora Kautsky pretende unirse retrospectivamente a los mencheviques, es decir, reducir su pasado al nivel de su presente. Pero esta falsificación, requerida por los resquemo‐ res de una conciencia sucia, encuentra obstáculos en la forma de documentos impresos. Lo que en aquella época escribió Kautsky, lo mejor de su actividad literaria y científica (su respuesta al socia‐ lista polaco Luśnia, los estudios sobre los obreros norteamericanos y rusos, la respuesta a la encues‐ ta de Plejánov sobre el carácter de la revolución rusa, etc.), fue y sigue siendo una implacable refu‐ tación del menchevismo, y justifica completamente, desde el punto de vista teórico, la táctica políti‐ ca adoptada más tarde por los bolcheviques, a la que los estúpidos y renegados, con el Kautsky de hoy a la cabeza, acusan de ser aventureros, demagogos y bakuninistas (Trotsky, 2006: 15).

Los tres documentos de Kautsky mencionados por Trotsky, junto con cinco más, han sido incluidos en Witnesses to Permanent Revolution. Kautsky pensaba que el centro de la actividad revolucionaria se desplazaba a Europa Oriental, y que las tormentas políticas que se avecinaban en Rusia podrían revitalizar la socialdemocracia alemana.

En su respuesta a una crítica de su libro de Die Soziale Revolution realizada por el líder socialista polaco Michał Luśnia (Kazimierz Kelles‐Krauz), el teórico más importante del Partido Socialista Polaco (PPS), Kautsky desarrolla la idea de que, una vez que el parti‐ do proletario se haga con el poder político, la lógica objetiva de su situación lo obligará a empezar a aplicar un programa socialista. Afirma textualmente que “allí donde el pro‐ letariado ha conquistado el poder político, la producción socialista aparece como una

necesidad natural… Sus intereses de clase y la necesidad económica lo fuerzan a adop‐ tar medidas que conduzcan a la producción socialista” (Kautsky, 1904: 199). El impacto de estos argumentos sobre Trotsky fue enorme: en lugar del determinismo económico tradicional, según el cual las fuerzas productivas en Rusia no estaban suficientemente desarrolladas como para permitir la realización de tareas socialistas, Kautsky plantea que la dinámica de la lucha de clases va a obligar a la clase obrera, cuando se haga con las riendas del poder político, a implementar medidas económicas de carácter socialista.

Más elocuente aun es el artículo “Las consecuencias de la victoria japonesa y la social‐ democracia”, escrito en julio de 1905, donde Kautsky utiliza la expresión “revolución en permanencia” en ocho ocasiones. Una cita bastará para mostrar en qué medida Trotsky se apoyó en Kautsky cuando escribió Resultados y perspectivas un año más tarde, en el verano de 1906:

La revolución en permanencia es precisamente lo que los trabajadores de Rusia necesitan. La revo‐ lución ya ha madurado y crecido enormemente en fuerza, especialmente en Polonia. En pocos años podría convertir a los obreros rusos en una tropa de elite, tal vez en la tropa de elite del proletaria‐ do internacional; una tropa que unirá a todo el fuego de la juventud con la experiencia de una pra‐ xis de lucha histórico‐mundial y con la fuerza de un poder dominante en el Estado. Tenemos todas las razones para esperar que el proletariado ruso llegará a la revolución en permanencia o, para decirlo en términos burgueses, al caos y a la anarquía, y no en al gobierno fuerte que el señor Struve y sus amigos liberales están deseando (Kautsky, 1905ª: 380).

El artículo de Kautsky “Vieja y nueva revolución”, escrito para un folleto conmemo‐ rando el primer aniversario del “Domingo sangriento” del 22 de enero de 1905, es nota‐ ble por su comparación de la dinámica de clases de la revolución inglesa, francesa y rusa. Según Kautsky, la revolución inglesa había sido “un evento puramente local”; la revolución francesa, aunque convulsionó a toda Europa, terminó en el régimen militar de Napoleón, pero la revolución rusa prometía “inaugurar una era de revoluciones europeas que terminará con la dictadura del proletariado allanando el camino para el esta‐ blecimiento de una sociedad socialista” (Kautsky, 1905b: 536, énfasis en el original).

En cuanto a la respuesta de Kautsky al cuestionario de Plejánov sobre el carácter de la revolución rusa, titulada “Las fuerzas motrices de la revolución rusa y sus perspecti‐ vas” (Kautsky, 1906b: 567‐607), Trotsky mismo la definió en 1908 como “la mejor expo‐ sición teórica de mis propios puntos de vista”.11 Es interesante constatar que el artículo fue traducido del alemán al ruso separadamente tanto por Trotsky como por Lenin, ya que ambos lo consideraron una vindicación de sus respectivos puntos de vista sobre la revolución rusa.12

Los “estudios sobre los obreros norteamericanos y rusos”, mencionados por Trotsky de acuerdo al título de la traducción rusa, son una serie de artículos publicados originalmente en Die Neue Zeit bajo el título El obrero norteamericano en febrero de 1906, en respuesta al famoso ensayo del historiador alemán Werner Sombart ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos?, que ha sido traducido al castellano.13 La conclusión de Kautsky era que no había ni podía haber una “vía única” de desarrollo capitalista. Kautsky comparó la evolución his‐ tórica de Gran Bretaña, Inglaterra y los Estados Unidos en base a la idea de que el mercado mundial es la totalidad contradictoria que explica las particularidades necesarias de todas las partes. Dentro de este marco más amplio, Kautsky no vio un “patrón” capaz de explicar de manera uniforme las relaciones de clase en términos abstractos de “niveles” de desarro‐ llo capitalista. Por el contrario, sostuvo que “cada extremo puede estar presente en un país en la medida en que el extremo opuesto existe en otro país”. Rusia y Estados Unidos eran los extremos del capitalismo que en su conjunto presagiaban el futuro del socialismo mun‐

dial. En ambos, “uno de los dos elementos del modo capitalista de la producción es despro‐ porcionadamente fuerte, es decir, más fuerte de lo que debería ser de acuerdo a su nivel de desarrollo: en Estados Unidos, la clase capitalista; en Rusia, la clase obrera” (Kautsky, 1906a: 620‐621).14

Rosa Luxemburg sobre el carácter combinado de la revolución rusa

Finalmente, debemos mencionar el aporte de Rosa Luxemburg al debate sobre la teoría de la revolución permanente. En un artículo titulado “Después del primer acto”, publi‐ cado el 4 de febrero de 1905, Luxemburg fue la primera persona en hacer referencia en la prensa socialista de Europa occidental a una “situación revolucionaria en permanencia” en Rusia (Luxemburg, 1905a: 370). Luxemburg esperaba que la revolución llegara a ser permanente, no sólo en el sentido de abarcar todos los pueblos y regiones del imperio del zar, sino también en términos de infundir a un evento formalmente burgués el con‐ tenido vital de la lucha proletaria consciente.

En otro documento incluido en nuestro libro, titulado “La revolución rusa” (20 de diciembre 1905), Rosa Luxemburg analiza cómo la revolución rusa estaba relacionada con la historia europea después de la revolución francesa de 1789. La idea básica es que una revolución de carácter dual en Rusia completaría la serie de las revoluciones burgue‐ sas inaugurada en 1789 y, al mismo tiempo, comenzaría una nueva ronda de revolucio‐ nes proletarias a escala internacional que llevaría al triunfo del socialismo. Así como la revolución francesa afectó toda la historia política del siglo XIX, Luxemburg esperaba que la revolución rusa tuviera una influencia similar en el siglo XX (Luxemburg, 1905b).

Finalmente, en su discurso ante el quinto congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, celebrado en Londres del 13 de mayo al 1 de junio de 1907, Rosa Luxemburg afirmó que los obreros rusos no podían contar ni con los liberales ni con los campesinos como aliados confiables. Sus únicos aliados de confianza eran los trabajadores de los otros países. Abandonado a sus propias fuerzas, el gobierno obrero en Rusia sucumbiría inevitablemente, por lo que el resultado final de la revolución rusa dependía

del contexto internacional — más particularmente, de la medida en que la revolución rusa sirviera como detonante de una serie de revoluciones proletarias en los países de capitalismo desarrollado (Luxemburg, 1907).

La crítica de Lars Lih a Witnesses to Permanent Revolution y nuestra réplica

En su larga reseña de nuestro libro (Lih, 2012) Lars Lih afirma que, a pesar de los seis años que pasamos reuniendo y traduciendo del ruso y del alemán los documentos incluidos en Witnesses to Permanent Revolution, no comprendimos su verdadero signifi‐ cado porque llevamos a cabo este proyecto con una misión ideológica, a saber argüir “que Riazanov, Parvus, Luxemburg, Mehring y particularmente Kautsky ‘anticiparon’ el argumento de Trotsky acerca de la ‘revolución permanente’”. “Hipnotizados” por la expresión “revolución permanente”, no notamos que existían de hecho diferencias importantes entre estos autores, y supusimos que “cualquier persona que utilice esta expresión estaba… esencialmente de acuerdo con el argumento particular de Trotsky”. Por ende, llegamos a la conclusión simplista de que todas estas luminarias de la prime‐ ra revolución rusa eran trotskistas incipientes, haciéndose acreedores de nuestras más cálidas alabanzas, mientras que todos los que no estaban de acuerdo con Trotsky (parti‐ cularmente Plejánov y Lenin) juegan en nuestro libro el papel de villanos. Lih procede a leer los documentos “correctamente” y afirma que solo Trotsky señaló “un vínculo entre la revo‐ lución democrática y la revolución socialista”, mientras que “ninguno de los otros escrito‐ res” fue más allá “del marco de la revolución democrática” – de hecho, todos ellos contem‐ plaban nada más que una “revolución democrática en Permanenz” (Lih, 2012: 434‐435).

El problema metodológico fundamental de la crítica de Lih es que toma como base el principio aristotélico de identidad (A=A) – o, para ponerlo en términos bíblicos: “cuando ustedes digan ‘sí’, que sea realmente sí; y cuando digan ‘no’, que sea no. Cualquier cosa de más, proviene del maligno” (Mateo 5:37). En otras palabras, Lih opera con las rígidas cate‐ gorías de “una cosa o la otra”: en su opinión, una revolución puede ser democrático‐burgue‐ sa o socialista; al hablar de una revolución permanente, los participantes en el debate deben haber hecho referencia, o bien a una “revolución democrática in Permanenz”, o bien a una revolución permanente que conduce inevitablemente al socialismo. Fue precisamente este tipo de dicotomía la que nos propusimos evitar, ya que no solamente es un razonamiento profundamente anti‐dialéctico, sino que todo el problema con el análisis de la revolución rusa de 1905 parte del hecho de que no fue una revolución ni puramente burguesa ni pura‐ mente socialista, sino un fenómeno histórico sui generis que combinó elementos burgueses y proletarios. Más específicamente, la revolución rusa fue una combinación de una jacquerie en las zonas rurales, en las cuales vivía más del 80% de la población (a lo que habría que sumar‐ le el movimiento de liberación de las naciones oprimidas por el imperio zarista), con una revuelta obrera en la ciudades, en una sociedad que contaba con tres millones de asalaria‐ dos sobre un total de 150 millones de habitantes (Haupt, 1979). Por lo tanto, el intento de imponer a la revolución rusa la ley metafísica de identidad hace violencia a su carácter. En nuestro libro reproducimos el siguiente párrafo de Rosa Luxemburg sobre la naturaleza dual de la revolución rusa:

La revolución actual en nuestro país, así como en el resto del reino zarista, tiene un carácter dual. En sus objetivos inmediatos, es una revolución burguesa. Su objetivo es la introducción de la libertad política en el estado zarista, la república y el orden parlamentario que, con el dominio del capital sobre el trabajo asalariado, no es más que una forma avanzada del estado burgués, una forma de la dominación de clase de la burguesía sobre el proletariado. Sin embargo, en Rusia y en Polonia, la revolución burguesa no fue llevada a cabo por la burguesía, como ocurrió anteriormente en Alemania y Francia, sino por la clase obrera – y, por añadidura, por una clase obrera que es en gran medida consciente de sus intereses de clase, una clase obrera que no ha conquistado la libertad polí‐ tica para la burguesía, sino, por el contrario, con el objetivo de facilitar su propia lucha contra la bur‐ guesía, con el objetivo de acelerar el triunfo del socialismo. Por esa razón, la presente revolución es al mismo tiempo una revolución obrera. Por lo tanto, la lucha contra el absolutismo en esta revolu‐ ción tiene que ir de la mano con la lucha contra el capital, contra la explotación”. (Rosa Luxemburg, ‘In revolutionärer Stunde: Was weiter?’, Czerwony Sztandar [Cracow], Nr. 26, mayo 1905, Beilage, reproducido en Luxemburg, Gesammelte Werke, Vol. 1, Nr. 2, Berlin: Dietz Verlag, citado en Day y Gaido, 2009: 521‐22).

El tema del artículo de Rosa Luxemburg, “La revolución rusa” (reproducido en el capítu‐ lo 18 de Witnesses to Permanent Revolution), es que una doble revolución en Rusia al mismo tiempo completaría la serie de las revoluciones burguesas inaugurado en 1789 y comenza‐ ría una nueva ronda de revoluciones proletarias que conducirían al triunfo internacional del socialismo. El carácter dual de la revolución permanente en términos de la finalización de un proyecto histórico dirigido por la burguesía y el comienzo de otro en el cual el sujeto revo‐ lucionario serían los obreros —y, en el caso de Rusia, los campesinos— es el eje en torno al cual gira todo nuestro libro. Curiosamente, en su respuesta a nuestra réplica, Lih vio en esta afirmación del carácter dual de la revolución rusa “a de facto retraction” (Lih, 2013)

El simposio sobre Witnesses to Permanent Revolution en Science & Society

Las contribuciones de Alan Shandro y John Marot pueden ser tratadas más brevemente. Marot nos acusa de tener un “actitud deferencial ante el ‘visionario’ Trotsky” y afirma que “Lih ha intervenido decisivamente para aclarar el asunto” (Marot, 2013: 412). Hay un ele‐ mento de incoherencia notable, sin embargo, porque Marot afirma que “Trotsky demostró ser incorregiblemente doctrinario hasta 1917, cuando los bolcheviques adoptaron la teoría de la revolución permanente de Trotsky en forma totalmente independiente, mediante la adopción de las Tesis de abril de Lenin, para orientar su actividad política” (Marot, 2013: 414). Lih, por el contrario, niega que los bolcheviques hayan adoptado la teoría de la revo‐ lución permanente en 1917 y afirma que no existen diferencias sustanciales entre dicha teo‐ ría y la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”. En palabras de Lih: “Day y Gaido siguen la tradición trotskista de prestar mucha atención al supuesto enfrenta‐ miento entre la fórmula de Lenin ‘dictadura democrática de los obreros y de los campesi‐ nos’ y la fórmula asociada con Trotsky, es decir, ‘los trabajadores apoyándose en los campe‐ sinos’”, a pesar de que “las diferencias políticas reales entre estas fórmulas son insustancia‐ les” (Lih, 2012: 443, nota 8).

Shandro, por el contrario, tiende a defender nuestro análisis contra la crítica de Lih, si bien lo hace en términos ajenos al universo conceptual de los participantes en el debate (“telos” vs. “agency”). No obstante, reproduce dos citas que confirman nuestro énfasis en el carácter dual de la revolución rusa. La primera está tomada del artículo de Rosa Luxemburg “La revolución rusa”, escrito el 20 de diciembre de 1905, y dice claramente que la revolución rusa, “siendo formalmente democrático‐burguesa, pero esencialmente proletario‐socialista, es, tanto por su contenido como por su método, una forma transicional de las revoluciones burguesas del pasado a las revoluciones proletarias del futuro, lo que implicará directamen‐ te la dictadura del proletariado y la realización del socialismo” (Day y Gaido, 2009: 526, énfa‐ sis nuestro). La segunda cita, tomada de la respuesta de Karl Kautsky al cuestionario de  Plejanov, afirma que la revolución rusa no es “ni una revolución burguesa en el sentido tra‐ dicional ni es socialista, sino un proceso totalmente singular que tiene lugar en la frontera entre la sociedad burguesa y la socialista, que requiere la disolución de la primera mientras prepara la creación de la segunda” (Day y Gaido, 2009: 607). Shandro concluye afirmando que Lih intenta “marginalizar en forma poco convincente” las “referencias a la revolución socialista de Kautsky, Luxemburg, etc.” (Shandro, 2013: 409).15

Conclusión

En nuestra opinión, los documentos reunidos en Witnesses to Permanent Revolution aún no han encontrado lectores lo suficientemente informados como para hacer avanzar realmente el análisis histórico mediante la consulta de fuentes documentales aun no exploradas, que permitan contextualizar el resurgimiento de la teoría de la revolución permanente en forma más detallada. Por ejemplo, la siguiente línea de investigación merecería recibir un examen más atento: el líder menchevique Martov escribió en Iskra, núm. 93 (17 de marzo de 1905), que si los partidos radicales “se desvanecen antes de que hayan tenido tiempo de florecer… el proletariado no podrá rechazar el poder político. Pero también es claro que… no podrá limitarse a los límites de una revolución burguesa… No puede sino luchar por una revolu‐ ción in Permanenz, por una lucha directa con el conjunto de la sociedad burguesa. En térmi‐ nos concretos esto significa otra Comuna de París o el comienzo de una revolución socialis‐ ta en Occidente, que se extenderá a Rusia. Estamos obligados a aspirar a este último escena‐ rio” (citado en Keep, 1963: 200).

Notas

  1. Industrial Workers of the World (1905: 213).
  2. Sobre Karl Legien y el rol político desempeñado por los burócratas de la Comisión General de Sindicatos “Libres” (es decir, socialdemócratas) de Alemania, ver Bosch y Gaido (2012).
  3. Sobre el análisis de Lenin acerca de la vía norteamericana de desarrollo capitalista ver Gaido (2006: 28‐48) y Gaido (2013). Sobre la reforma agraria de Stolypin ver Ascher (2004: 176‐182).
  4. Dos excepciones parciales a esta generalización son los libros de Reidar Larsson y Hartmut Mehringer, enume‐ rados en la bibliografía.
  5. Permanent revolution expressed the hope that communist parties could manoeuvre themselves into power and even con‐ vince the other parties to follow them to socialism, in the heat of national struggles in which vast masses were on the move. With the economic progress and political reforms of the latter decades of the nineteenth century this kind of popular revolu‐ tion became an illusion. Kautsky was only unrealistic in the sense that he failed to understand that the proletariat too was in the process of being integrated into society. In other words, that there was not just one revolutionary class left; there were none” (Van Ree, 2012: 587‐8).
  6. “Al lado de los nuevos gobiernos oficiales, los obreros deberán constituir inmediatamente gobiernos obreros revolucionarios, ya sea en forma de comités o consejos municipales, ya en forma de clubs o de comités obreros, de tal manera que los gobiernos democrático‐burgueses no sólo pierdan inmediatamente el apoyo de los obreros, sino que se vean desde el primer momento vigilados y amenazados por autoridades tras las cuales se halla la masa entera de los obreros” (Marx y Engels, 1850: 185).
  7. El original alemán dice: “Dies die von uns beiden verfasste ‘Ansprache an den Bund’ ‐ au fond nichts als ein Kriegsplan gegen die Demokratie.” (Marx an Engels in Manchester [London], 13 julio 1851. Marx und Engels, Werke, Berlin: Dietz Verlag, 1965, Band 27, p. 278.)
  8. Bernstein (1899), cap. 2 Der Marxismus und Hegelsche Dialektik. A. Die Fallstricke der hegelianisch‐dialektischen Methode (“Las trampas del método dialéctico hegeliano”) y Mehring (1899).
  9. Sobre este tema ver el excelente libro de Walicki (1971).
  10. El provincialismo anglosajón de los Spartacists hace que no estén familiarizados con la principal biografía de Kautsky, solo disponible en polaco e italiano (Waldenberg, 1980).
  11. Carta de Trotsky a Kautsky, 11 de agosto de 1908, Kautsky Archive, International Institute of Social History, Amsterdam, citado en Donald (1993: 91)
  12. Ver la introducción de Lenin al mismo en Lenin (1906).
  13. Sombart (2009). Karl Kautsky, ‘Der amerikanische Arbeiter’, Die Neue Zeit, 24. 1905‐1906, 1. Bd. (1906), pp. 676‐ 83, 717‐27, 740‐ 52 y 773‐87. Traducido al inglés en Day y Gaido (2009: 609‐61).
  14. Lamentablemente no podemos reseñar, en el marco del presente ensayo, el brillante análisis que Kautsky hace de las causas de la debilidad política de la clase obrera estadounidense en comparación con la alemana y especial‐ mente la rusa.
  15. Como detalle curioso cabría agregar la cita que Shandro ofrece del marxista favorito de la academia, Antonio Gramcsi, quien en los Quaderni del carcere afirma, en forma totalmente inepta, que la teoría de la revolución per‐ manente “ripresa, sistematizzata, elaborata, intellettualizzata dal gruppo Parvus‐Bronstein, si manifestò inerte e inefficace nel 1905 e in seguito: era una cosa astratta, da gabinetto scientifico” (Q19, §24, Gramsci, 1975: 2034). Gramsci ya había afirmado anteriormente que la teoría de la “revolución permanente” (en tanto “guerra de movimiento”) fue supe‐ rada por el concepto de “hegemonía civil” (entendido como “guerra de posición”): “la formula quarantottesca della

«rivoluzione permanente» viene elaborata e superata nella scienza politica nella formula di «egemonia civile». Avviene nel‐ l’arte politica ciò che avviene nell’arte militare: la guerra di movimento diventa sempre piú guerra di posizione” (Q13, §28, Gramsci, 1975, vol. 3: 1566).

Referencias

Ascher, Abraham (2004), The Revolution of 1905: A Short History, Stanford University Press.

Tomado de https://www.aacademica.org/constanza.bosch/28

Editado por Laburantes.org


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